
En la Antigüedad hubo dos grandes oradores. Uno fue Cicerón, el otro Demóstenes. Cuando Cicerón acababa de hablar, los oyentes siempre le ovacionaban y decían: ¡Qué bien habla!. Cuando terminaba Demóstenes, la gente exclamaba: ¡En marcha!, y lo hacía. Ésa es la diferencia entre exposición y persuasión.
Espero clasificarme dentro de la segunda categoría. Si usted termina de leer y se dice: No está mal este libro; explica muchos recursos interesantes, pero no emplea ninguno de ellos, usted y yo habremos perdido el tiempo.
Pero si pone manos a la obra en seguida, y lo relee y emplea como manual de referencia para dirigir su mente y su cuerpo, como guía para cambiar todo lo que usted estaba deseando cambiar, habrá iniciado un camino vital en comparación con el cual llegarán a parecerle triviales incluso sus sueños más grandiosos del pasado.
Ojalá se dedique usted no sólo a luchar por los objetivos que se ha propuesto, sino también a plantearse otros una vez alcanzados los primeros; no sólo a ser fiel a sus sueños del pasado, sino a soñar otros más grandes todavía; no sólo a disfrutar de su país y de sus riquezas, sino a convertirlo en un lugar mejor para todos; y no sólo a tomar de esta vida lo que pueda, sino a amar y vivir con generosidad.
Le dejo con una sencilla bendición irlandesa: Que el camino venga a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol te caliente la cara, que la lluvia caiga con suavidad sobre tus campos y, hasta que volvamos a vernos, que Dios te sostenga en la palma de su mano. Adiós, y que Dios le bendiga.
Anthony Robbins.